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08 October 2012

LOS PRIMEROS SÍNTOMAS DE ALTERACIONES EN EL DESARROLLO DE UN NIÑO PUEDEN DETECTARSE EN LOS PRIMEROS MESES DE VIDA


Tal y como lo define el Libro Blanco elaborado por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, la Atención Temprana “es un conjunto de intervenciones, dirigidas a la población infantil de 0 a 6 años, a la familia y a su entorno, que tienen por objetivo dar respuesta lo más pronto posible a las necesidades transitorias o permanentes que presentan los niños con trastornos en su desarrollo o que tienen el riesgo de padecerlos”.
Subraya la neuropsicóloga infantil del Instituto Burmuin, Ana Isabel López, “la importancia que posee la detección precoz de las posibles patologías, cuyos primeros síntomas puede detectarse a partir de los primeros meses de vida”, y recuerda que en ellos interactúan múltiples factores biológicos, psicológicos y sociales”. Añade, además, que “la primera etapa infantil es clave, ya que en ella se van a establecer las bases de las habilidades perceptivas, motrices, cognitivas, lingüísticas, afectivas y sociales. La detección precoz de posibles alteraciones en el desarrollo es fundamental, cuanto antes se realice mayores garantías tenemos de lograr mejorías funcionales ya que es en la primera etapas del desarrollo cuando el sistema nervioso tiene mayor plasticidad y las intervenciones terapéuticas muestran mayor eficacia”.
La detección precoz en las etapas pre-natal y perinatal es realizada por los servicios de Obstetricia y Neonatología. En la etapa post-natal es cuando la detección puede venir por varias vías: pediatría, padres/familiares o cuidadores y/o los servicios educativos.
Ha de tenerse en cuenta que “cualquier alteración en los factores biológicos (bajo peso, prematuridad, disfunción neurológica…) o sociales (embarazo accidental traumatizante, convivencia conflictiva familiar, etc…) suponen un riesgo para el desarrollo del niño. El sistema nervioso se encuentra en una etapa de maduración y de enorme plasticidad. Por ello esta etapa está condicionada por su vulnerabilidad frente a alteraciones/agresiones. Por el contrario la enorme plasticidad del sistema nervioso también la dota de una mayor capacidad de recuperación orgánica y funcional”.
La detección de problemas en niños y niñas de 0 a 6 años “parte de la comparación, de la observación de diferencias en el desarrollo frente a sus iguales”. En ese capítulo los campos de observación son los siguientes: déficits en el desarrollo motriz (retardo motriz y en la deambulación, inseguridad y/o torpeza motriz, gatea o no gatea, se voltea o no, o parálisis cerebral, entre otros); déficits en el desarrollo cognitivo, expresados en dificultades de aprendizaje y  lentitud en las estrategias cognitivas para adquirir conocimientos, problemas mentales, etc.; déficits en el desarrollo del lenguaje: trastornos del habla y la comunicación, dificultades en la expresión y comprensión verbal y balbuceos; déficits en el desarrollo sensorial; déficits en el área socio-afectiva y de la conducta: niños retraídos, tristes, muy dependientes de las figuras maternas, impulsivos, con dificultades de atención y/o hiperactividad, con problemas de comprensión, miedosos, con dificultades en la relación con otros niños o conductas inapropiadas en general, y trastornos en el desarrollo de la expresión somática, es decir trastornos en la alimentación, en el sueño, o en el control de esfínteres entre otros”.
Grupos de riesgoSegún explica Ana Isabel López, “existen diversos grupos de riesgo sobre los que es preciso centrar la atención.  Así, los niños de bajo peso al nacer (por debajo de 1.500 gramos), niños prematuros, niños con enfermedades puntuales o crónicas (cardiopatías, displasias pulmonares, enfermedades renales, cáncer…) y aquellos que padecen parálisis cerebral o trastornos generalizados del desarrollo como el autismo o el síndrome de asperger entre otros pertenecen a grupos de riesgo”. A esta nómina hay que añadir “causas genéticas, los niños adoptados o que han padecido desnutrición intraútero; niños que han sufrido infecciones del sistema nervioso central, que han sufrido traumatismos cráneo-encefálicos o a quienes se detecta una patología cerebral en ECO o TAC; los recién nacidos de madre alcohólica o drogodependiente; quienes padecen distress respiratorio; aquellos otros que acumulan largas estancias hospitalarias, por encima del mes; niños con antecedentes de patología neurológica o que padecen errores de metabolismo o malformaciones congénitas, niños con antecedentes familiares de retraso en el habla o con dificultades de aprendizaje, y a hijos de padres con enfermedad psiquiátrica entre otros”.
La finalidad de las intervenciones en Atención temprana es, según expresa la neuropsicóloga infantil del Instituto Burmuin, “la de facilitar una adecuada maduración que les permita alcanzar el máximo nivel de desarrollo e integración a todos aquellos niños que presentan déficits o tienen riesgo de padecerlos. Para ello aboga por “reducir los efectos de una deficiencia o déficit sobre el conjunto global del desarrollo del niño, optimizar en la medida de lo posible el curso del desarrollo del niño, introducir mecanismos de compensación y de adaptación a necesidades específicas, evitar o reducir la aparición de déficits secundarios o asociados producidos por un trastorno o situación de riesgo, proporcionar a los padres la información, el apoyo y el asesoramiento necesarios, con el fin de adaptarse a la nueva situación, y mantengan unas adecuadas relaciones afectivas con el niño, fomentar las competencias y capacidades de la familia y/o cuidadores, emplear estrategias de intervención en un contexto natural y a través de situaciones rutinarias y desarrollar y planificar acciones encaminadas a favorecer la coordinación entre las distintas instituciones implicadas, educadores, sanitarios y sociales, todo ello, desde la consideración del niño como un sujeto activo de la intervención”.
“Desgraciadamente”, puntualiza la especialista, “en ocasiones se ralentiza o entorpece la detección precoz dado que los progenitores no dan importancia al retraso pensando que con el tiempo ya madurará o al atribuir el déficit o retraso madurativo a un funcionamiento inadecuado de los padres. A ello hay que añadir la resistencia o miedo a un “etiquetado” del niño y el desconocimiento de que a esta temprana edad existan problemas de desarrollo, tanto biológicos como psicológicos”.

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